Cuando era pequeña me gustaba jugar sola. Me subía a los andamios que los albañiles montaban para sus construcciones y ahí, envuelta en polvo, me imaginaba mi propio mundo, lleno de aventuras, tan fascinante y tan atrevido.
Cuando era pequeña, me escapaba a caminar por el bosque con el único objetivo de descubrir rincones nuevos. Sola conocía nuevas fuentes, sendas, ríos,... Qué felicidad el día que encontré un lago, ese lago que pensé nadie debía conocer. No temía perderme. No temía la soledad del camino.
Cuando era pequeña, mi mejor jueguete era una pelota. Una pelota, una pared, unas escaleras y mi propio juego. Esos juegos de los que nadie entendía sus normas ni el por què podían durarme tardes enteras.
Cuando era pequeña tenía como amiga una polea, pesada y vieja que quien sabe si saldría de algun antiguo pozo de mi pueblo. Mi polea me acompañaba y podía escuchar sus sentimientos de hierro. Me gustaba su tacto, me gustaba su movimiento y con ello, no necesitaba mucho más.
Cuando era pequeña, yo tenía muchos amigos, y aún así, solía encantarme jugar sola.
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